Historia
  • Tras la Guerra Civil, España fumaba los cigarrillos que se confeccionaban en la Roca por trabajadores españoles, la mayoría de La Línea

  • Montecristo, Monte Carlo, Povedano, El Cubanito, La Flor de Oro, Cervantes y El Águila Imperial se fueron apagando con el cierre de la Verja en 1969  

Las desaparecidas fábricas de tabaco en Gibraltar, el origen del auge del contrabando

Las letras que recuerdan las antiguas fábricas de tabaco Monte Carlo y Montecristo. Las letras que recuerdan las antiguas fábricas de tabaco Monte Carlo y Montecristo.

Las letras que recuerdan las antiguas fábricas de tabaco Monte Carlo y Montecristo. / Erasmo fenoy

Escrito por

· Quino López

Redactor

Montecristo, Monte Carlo, Povedano, El Cubanito, Cervantes, La Cosecha, La Flor de Oro y El Águila Imperial. Sólo el lector más veterano sabrá a qué corresponden estas palabras que a los más jóvenes les parecerán elegidas al azar. Aunque ahora se encuentran enterradas en el olvido, hubo un tiempo en que eran muy conocidas en todo el Campo de Gibraltar y la Serranía de Ronda, pero, sobre todo, en el Peñón, porque allí surgieron. Detrás de cada una de ellas se encuentra el corazón de una industria ya desaparecida, pero que dio forma a una época dorada del contrabando y sirvió para que se ganaran la vida un gran número de familias golpeadas por la miseria tras la Guerra Civil española. Efectivamente, todas ellas fueron empresas envasadoras de tabaco radicadas en la Roca. Porque hubo un tiempo en que, en España, se fumaban cigarrillos de Gibraltar, pero literalmente: made in the Rock.

El abogado Robert Vasquez es nieto de Alfred J. Vasquez, uno de aquellos tabaqueros que, a raíz del 36, vio prosperar un negocio de fabricación de cigarrillos que conoció de niño. "Yo iba de chico y me enseñaban lo que hacían", recuerda. "Había trabajando bastante gente de La Línea, de Campamento y también de otros puntos de la comarca, pero cuando Franco cerró la Verja todos perdieron su trabajo", continúa. 

Alfred J. Vasquez tenía las marcas Monte Carlo y Montecristo. Todavía hoy se ve como un vestigio del pasado las letras donde se ubicaba la fábrica. "Llegaban las hojas enteras muy prensadas en fajos. Había que separarlas, cortarlas y en unas prensas se aplastaban y se convertían en la picadura con la que se elaboraban los cigarros", relata su nieto.     

Las claves y todos los detalles para comprender cómo surgieron aquellas tabaqueras las ofreció Diego Andrés Umbría Quiñones en su extraordinario libro Los contrabandistas de tabaco por el Campo de Gibraltar y la Serranía de Ronda (1945-1965) (Princesa Editorial, 2020). Se trata de un trabajo de investigación que devuelve la memoria de una época de crecimiento del estraperlo y da voz a innumerables historias de personas humildes que se ganaban la vida en una situación de carencia absoluta de trabajo: “No eran malhechores, no eran bandoleros, no portaban armas, no robaban, no mataban, no avasallaban, no hacían mal a nadie, el tabaco estaba permitido como en la actualidad. La única infracción que cometían era transportar tabaco que no había pagado los derechos de aduana”, defiende Umbría Quiñones. 

Primero hay que situarse. El boicot internacional y el rastro de destrucción que dejó la Guerra Civil española dificultó el acceso de los ciudadanos a muchos artículos de primera necesidad. Faltaban, entre otros, pan, harina, garbanzos, arroz, patatas, huevos, azúcar, café y, por supuesto, tabaco. El Gobierno intervino la producción y la distribución de todos ellos mientras muchas familias se morían de hambre y se disparan los precios de unos productos convertidos en artículos de lujo. Era la época de las famosas cartillas de racionamiento, de mayo del 39 a ese mismo mes del 52, con las que se regulaba el consumo. Surgió entonces un mercado negro en el que acceder a ellos sorteando el paso por las aduanas con todo tipo de artimañas. Desde Gibraltar hasta La Línea, pasaban el tabaco, rubio y picadura, la sacarina y el café, que luego se ocultaban para su venta en casas, bares y tiendas de ultramarinos.      

En esa época, recuerda Umbría Quiñones, estaba tan mal visto que las mujeres fumaran como bien que lo hicieran los hombres. 

El rubio y el negro

La mayoría del tabaco rubio era de importación (una pequeña parte producida en España). Llegaba a Gibraltar en pequeñas remesas en haces de hojas de tabaco, donde lo manufacturaban, aunque la mayor parte llegaba ya empaquetado y preparado para la venta y el consumo. Pero el tabaco rubio tenía menor demanda porque era mucho más caro y al ser más voluminoso era más difícil de pasar por la Aduana.

El más importante en la época era el tabaco negro de liar, llamado de picadura, que se comercializaba picado, muy prensado y envasado en paquetes de papel resistente en forma de pastillas rectangulares con el color y el anagrama del fabricante por ambas caras. Un cuarterón pesaba 115 gramos.

"Todas eran muy deseadas, tanto por los contrabandistas como por los consumidores: los primeros, por su fácil venta, y por su calidad, los fumadores", explica el autor, que afirma que en las fábricas hubo periodos en los que se trabajaba las veinticuatro horas, en dos o tres turnos, debido a la gran demanda de mercado. Hubo momentos en que se trabajaba 12 horas. 

"Al igual que las hojas del tabaco rubio, las del negro llegaban a los muelles de Gibraltar en rama, en voluminosos haces y en grandes cantidades, por vía marítima, procedentes de los países productores de los tres continentes, en función de calidad y precios. Cuando descargaban los buques tan valiosa carga, hacinaban a pie de muelle el tabaco en rama para transportarlo a los almacenes de las fábricas, y ocurría que al ser tan grandes las cantidades muchas veces permanecían apiladas a la intemperie varios días".

El tabaco se empaquetaba pensando en que tenía que ser de fácil manejo para un consumidor que, en general trabaja a la intemperie y, a veces, en condiciones climatológicas difíciles, por lo que en el envoltorio tenía que ser resistente, como el de El Águila. Había dos tipos, uno más suave y refinado que el otro. El primero, cuatro pesetas más caro. En el paquete, que luego cada uno introducía en una petaca para protegerlo aún más, se lee todavía (se vende en internet para coleccionistas): "El Águila Imperial. Fábrica de tabaco suave de Jorge Russo. Gibraltar". Según recuerda Quiñones, el Cervantes tenía un envoltorio igual de resistente aunque la picadura era más basta y de olor más agradable. El precio era similar, sin embargo el Flor de Cuba y El Cubanito eran de categoría superior y más caros. El Povedano, de categoría media y picadura fina, era muy popular. Pero Monte Carlo y Montecristo, de gran calidad y finura, eran los preferidos. En cualquier caso, y esto vale para todos ellos, su precio era mucho más barato que el que se vendía en los estancos de España. Hoy en día, algunos paquetes de estas marcas se venden para coleccionistas en sitios de internet especializados. 

La zona donde estaban situadas la mayoría de estas fábricas en Gibraltar era en la actual Marina Bay, conocida entonces como Puerto Tierra, donde atracaban los barcos para descargar los fardos de tabaco en rama procedentes, la mayoría, de Virginia, Jamaica y Cuba. Allí mismo se cargaban en lanchones de desembarco los fardos de cuatro arrobas de tabaco, una vez manufacturado, con destino a las playas más próximas del Campo de Gibraltar y Málaga. Allí esperaban jinetes para cargarlos en caballos que utilizaban para distribuirlos por Andalucía. En Marina Bay no queda ningún rastro de aquella actividad. Los muelles de las tabacaleras ni siquiera existen, sobre una extensión ganada al mar proliferan las oficinas, los bancos y los hoteles y las cafeterías. 

Pero pegado a la antigua muralla, en Queensway Road, en un edificio que fue propiedad de Alfred J. Vasquez, sí se lee todavía Montecristo-Monte Carlo en letras grandes de acero. En Irish Town, paralela a Main Street, existían almacenes de tabaco y café desde donde se distribuían a los comercios, buques en tránsito o embarcaciones de los contrabandistas. "Llamaba la atención sus edificios por las grúas de poleas ancladas en sus fachadas, con base giratoria para subir los fardos de tabaco y café a los pisos superiores para aislarlos de la humedad de las plantas bajas", recuerda Quiñones. Todavía en aquella calle que era el eje de las fábricas de tabaco se pueden observar aquellos cabrestantes asomados a la vía, como testigos de una época en la que Gibraltar daba de fumar a España con sus propios cigarrillos.   

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