Estampas de la historia del Campo de Gibraltar

Algeciras, cercada por mar entre 1342 y 1344

Plano esquemático de las dos villas de Algeciras con las líneas de bloqueo terrestre y marítimo. A.- Línea de bloqueo terrestre; B.- Necrópolis (Fonsario); C.- Barrera de bloqueo marítimo; D.- Navíos cristianos fondeados en labores de vigilancia.

Plano esquemático de las dos villas de Algeciras con las líneas de bloqueo terrestre y marítimo. A.- Línea de bloqueo terrestre; B.- Necrópolis (Fonsario); C.- Barrera de bloqueo marítimo; D.- Navíos cristianos fondeados en labores de vigilancia.

La conquista de castillos o fortalezas de mediano tamaño, como Alcalá la Real, Priego y Locovín, que fueron tomadas por el rey Alfonso XI en los meses previos a emprender la campaña de Algeciras, se lograba, generalmente, con cercos y asedios que no duraban más allá de treinta o cuarenta días. A veces, la sola presencia del ejército castellano era suficiente para que los gobernadores de dichos castillos decidieran entregarlos a cambio de que dejaran salir a sus moradores con todo lo que pudieran llevar consigo.

Sin embargo, una empresa de tan enorme envergadura, como era el cerco y el asedio de una gran ciudad, con un extenso recinto defensivo constituido por altas murallas, antemuros, fosos y puertas con pasadizos acodados en el interior de torres exentas, exigía la participación de un numeroso y bien pertrechado ejército formado por las milicias urbanas del reino, las órdenes militares y las huestes de los nobles, reforzado con Cruzados llegados de otras naciones cristianas (en el caso de Algeciras provenientes de Portugal, Navarra, Aragón, Francia, Italia, Alemania e Inglaterra).

Pero cuando el rey de Castilla decidió poner cerco a la que era capital de los norteafricanos y del emir de Fez en la orilla norte del Estrecho, se hubo de enfrentar a un nuevo y, aparentemente, insalvable obstáculo: una ciudad que, al margen de disponer de un poderoso recinto defensivo de cerca de cinco kilómetros, presentaba un frente marítimo de unos dos kilómetros por donde les podía llegar a los sitiados hombres, armas y, sobre todo, vituallas, obligando a prolongar durante muchos meses el asedio y la probable conquista, como le sucedió en 1279 a Alfonso X, y en 1310 al rey Fernando IV, que tuvieron que volver a Sevilla derrotados.

Asesorado por su Consejo Privado, Alfonso XI, desde que logró, con su suegro, el rey de Portugal, la gran victoria del río Salado, inició conversaciones con el Dux de Génova y el rey Pedro IV de Aragón (las flotas más poderosas del Mediterráneo en esos años), para solicitarles la colaboración de sus escuadras que, unidas a la castellana -sin almirante desde que fue vencido y muerto Alonso Jofre Tenorio en 1340-, pudieran “guardar” las aguas del Estrecho y bloquear por mar la ciudad que pensaba cercar en el verano de 1342.

Al Duque de Génova, Simón Bocanegra, le prometió, a cambio de su ayuda, que nombraría a su hermano, don Egidio, almirante mayor de la flota castellana y que le pagaría por cada galera que le mandase ochocientos florines de oro y a su hermano y a su galera capitana mil quinientos florines cada mes que estuvieran en el cerco. Sin embargo, el Dux le comunicó, por medio de una carta, que el envío de galeras mandadas por su hermano no sería posible hasta el verano del año 1341, porque don Egidio, con las galeras genovesas, había sido contratado por el rey Felipe VI de Francia. No obstante, el 20 de agosto del año citado se hallaba don Egidio Bocanegra, como almirante mayor de Castilla, en el Estrecho con diez galeras para unirlas a las embarcaciones castellanas y aragonesas.

Aunque la flotilla de galeras aragonesas, mandada por el almirante don Pedro de Moncada, que había estado en aguas del Estrecho desde el verano de 1341, tuvo que regresar a puertos de la Corona de Aragón en enero de 1342, ante la inminencia de establecerse el cerco de Algeciras, el rey Alfonso XI solicitó al soberano aragonés que le enviara otros navíos de refresco. En el mes de febrero del año 1342 llegaron diez galeras al mando del vicealmirante Mateo Mercer, que se establecieron en la ensenada de Getares y que colaboraron en el bloqueo de la ciudad hasta la rendición de Algeciras en marzo de 1344.

Con la participación en el bloqueo marítimo de Algeciras de las escuadras de Aragón, Génova y Castilla, -estas dos mandadas por el almirante don Egidio Bocanegra-, Alfonso XI podía poner cerco a la ciudad de Algeciras con bastantes posibilidades de triunfar. Durante los veinte meses que duró el cerco, el número de embarcaciones fondeadas en torno al puerto de Algeciras y en la “guarda” del Estrecho, fue de unas 70 galeras (44 castellanas, 15 aragonesas y 10 genovesas) más 40 naves procedentes de los puertos del Cantábrico y unos cincuenta barcos menores (zabras, leños y barcas).

El bloqueo de la ciudad desde el mar

Al mismo tiempo que el rey de Castilla ordenaba la excavación de un foso en torno a la ciudad que había cercado, con el objeto de bloquearla por tierra e impedir que le entraran socorros desde Gibraltar o Estepona y que pudieran salir a hostigar a los cristianos acampados delante de la muralla, encargó al almirante don Egidio Bocanegra y al vicealmirante de Aragón, Mateo Mercer, que tomaran carpinteros, zapadores y herreros para que instalaran una barrera flotante entre la Isla Verde y las playas del Chorruelo y Los Ladrillos que evitara, durante la noche, que accedieran al litoral de Algeciras, zabras, saetías o bateles con armas y vituallas. Durante el día, las galeras y naves cristianas fondeadas entre la Isla y la costa, lograban capturar las embarcaciones que intentaban entrar en la ciudad, pero no así en las noches oscuras.

Descartada la opción de realizar un ataque directo contra las murallas y entrar a sangre y fuego en Algeciras, sólo con el bloqueo por tierra y, sobre todo, por mar, impidiendo la comunicación de los casi veinte mil sitiados con sus correligionarios del reino de Granada o el norte de África, podría alcanzar el rey de Castilla su objetivo, que no era otro que lograr la capitulación de la ciudad, abrumados su moradores por el hambre y la propagación de enfermedades.

La primera barrera flotante que instalaron los carpinteros, zapadores y herreros entre la Isla y las citadas playas -una situada al sur y otra al norte de la ciudad- se llevó a cabo entre los meses de enero y marzo del año 1343. Consistía en una hilera de troncos de pino, traídos por navíos aragoneses desde los pinares de Moya, en Cuenca. Se dejaban flotando unidos unos a otros con cadenas. Las dos barreras estaban ancladas en el litoral de Isla y en las playas antes mencionadas (véase la ilustración adjunta). La Crónica castellana dice de esta barrera: “Puso (el rey) muchos pinos desde el Real donde posaba el almirante de Aragón hasta la isla por cima del agua trabados por sus cantos con cadenas”.

Con esta barrera se logró impedir la entrada en la ciudad, durante la noche, de las embarcaciones con alimentos y armas que procedían del puerto de Gibraltar. Pero su utilidad fue muy efímera, pues un suceso acaecido al final de abril acabó con el laborioso trabajo de los carpinteros y los herreros: un violento temporal, que azotó el Estrecho y la costa de Algeciras, rompió las cadenas que unían los troncos y, éstos, al quedar libres, acabaron arrojados por las olas al litoral de la ciudad sitiada, sirviendo de precioso aporte de madera a los agobiados algecireños.

Fracasado aquel primer intento de bloquear por mar a los sitiados, el rey de Castilla ordenó al almirante Bocanegra y al vicealmirante de Aragón, que intensificaran la vigilancia del litoral de la ciudad y que trajeran galeras y naves de las que estaban fondeadas la dársena de Getares para vigilar el Estrecho. Refiere la Crónica que “el Rey entraba cada noche en el mar y andaba armado en un leño, requiriendo a los que habían de guardar (la costa), porque fuesen tomadas aquellas zabras y saetías que querían entrar en la ciudad…”.

Pero, a pesar de la estrecha vigilancia realizada por los marinos genoveses, aragoneses y castellanos, en los siguientes meses, desaparecida la barrera de troncos de pinos, en las noches de luna nueva o con cielo nublado, continuaban entrando en Algeciras embarcaciones con alimentos para abastecer a los sitiados y, según la Crónica, con pólvora para los “truenos” que tenían apostados en el adarve de las murallas.

A principios del mes de enero del año 1344, los carpinteros y una cuadrilla de toneleros, se afanaron en reconstruir la doble barrera que, partiendo de la Isla Verde, acababa en las dos playas situadas al norte y al sur de la ciudad. En esta ocasión, en vez de troncos de pinos flotantes, se clavaron mástiles de navíos en muelas de molino colocadas en el fondo de la bahía, y entre uno y otro de estos mástiles, se situaron toneles flotantes amarrados con gruesas maromas. La Crónica del rey Alfonso XI describe con estas palabras esta nueva barrera: “Y la cerca era de toneles, que estaban encima del agua atados entre dos maromas muy gruesas, en tal manera que ningún navío pequeño podía pasar por donde ellos estaban… Trajeron muelas (de molino) con que muelen el pan, y la horadaban por medio y metían en esos huecos los mástiles de naves; y estas muelas las echaban al mar, y quedaban los mástiles enhiestos, y a esos mástiles ataban las cuerdas con que estaban trabados los toneles…”.

En esta ocasión, la labor de bloqueo resultó exitosa, pues desde que estuvo acabada, ninguna embarcación musulmana logró atravesar la doble línea de bloqueo constituida por la barrera de toneles flotantes y las galeras y naves cristianas fondeadas en torno a la ciudad. Esta circunstancia, y el haber sido vencido el ejército granadino-meriní en los vados del rio Palmones el día 12 de diciembre del año anterior, acabaron con la resistencia y la moral de los sitiados, que solicitaron la rendición, firmaron un acuerdo de paz y entregaron Algeciras al rey de Castilla con la condición de que se permitiera a sus habitantes abandonar la ciudad con todo lo que pudieran llevar consigo.

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