Cuando las actuaciones políticas se transforman en actuaciones circenses el telón termina siempre cerrándose y acabando la sesión; algunas veces entre aplausos y otras, entre abucheos. La bufonada de Boris está llegando al fin tal y como estaba escrito, de la manera más bochornosa posible. Él había tratado de cultivar expresamente una imagen desaliñada construyéndose un personaje excéntrico que suavizara sus orígenes elitistas para favorecer una teórica conexión popular, atizando siempre a los instintos nacionalistas de la población británica. En cierto sentido, esta estrategia le vino bien para conseguir lo que siempre se supo que ambicionaba, llegar a ser primer ministro, conforme el proceso del Brexit iba devorando uno a uno a sus antecesores. Una vez en el poder, Boris mostró de forma acusada todas sus carencias y limitaciones. Ocurrencias, mofas y gracietas estaban muy bien para conectar con una base social populista en un contexto altamente polarizado donde buscar un enemigo exterior, la ignominiosa y malvada Unión Europea, era un recurso fácil. Respuestas simples a problemas complejos. Pero Boris tropezó en la gestión real de un país en una situación compleja. Su altivez y falta de empatía con la población en las horas más duras de la pandemia considerándose, como los de su clase privilegiada, por encima de la ley y las normas ha sido la puntilla final a su mandato.

En lo que respecta a la negociación del estatuto europeo de Gibraltar es evidente que la situación del primer ministro tiene una enorme relevancia. Johnson había basado su estrategia de poder en la confrontación con la UE, hasta el punto de decidir incumplir el Acuerdo de Comercio y Cooperación, tratado fruto de un largo y costoso proceso negociador para regular las relaciones después del Brexit. En consecuencia, con él como responsable del Gobierno británico el contexto negociador estaba impregnado de una fuerte desconfianza. Ahora se abre un período de cierta incertidumbre. No parece fácil que el proceso de negociaciones avance en sus etapas decisivas sin nadie al mando en el 10 de Dowing Street. No obstante, a favor de un enfoque optimista de cara a un acuerdo hay que destacar que el asunto de Gibraltar es relativamente insignificante en la política británica. Lo que es portada nacional en España es apenas un pie de página en el Reino Unido. Lo esencial para el Reino Unido es conservar las ventajas geoestratégicas que le proporciona la base militar. Si finalmente consiguen salvaguardarlas, el Acuerdo de Nochevieja supone un punto de partida robusto para un futuro tratado sobre el estatuto europeo de Gibraltar. Para su conclusión, importante tanto para Gibraltar como para la zona española colindante, la despedida del bufón parece ser una buena noticia.

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