La Inteligencia Artificial (IA) está dando cada vez más que hablar en el ámbito de la educación. En un principio parecía que el surgimiento de esta herramienta aceleraría trámites burocráticos absurdos que la administración impone progresivamente. Ahora el temor es el uso indiscriminado por parte del alumnado, que lo utiliza para actividades, trabajos y exámenes.

Más allá de la cuestión de que la IA ni es inteligente, ni es artificial –depende de base de datos controladas por empresas y pautas que introducimos– hay que abordar la idoneidad de su uso para determinadas cuestiones. Todo la situación parece semejante a la irrupción de Internet y la Wikipedia en su día, que “amenazaba” con el fin del intelecto, del trabajo, del pensamiento crítico y el esfuerzo. En estos casos, se ha sabido integrar su uso sin deteriorar la enseñanza, lo mismo debe o debería ocurrir con la IA.

Hogaño conocí un caso que ilustra perfectamente el uso de esta herramienta ignorando cualquier enseñanza previa. Una simple redacción, elaborada por entero por ChatGPT, donde a la pregunta sobre “¿qué propiedades poseía la burguesía?”, la herramienta de moda, con unos parámetros erróneos introducidos por el estudiante, elaboró un informe nutricional de una hamburguesa.

Umberto Eco, en relación a Internet, recordó el cuento de Borges Funes el memorioso, que hoy bien podría ser utilizado para reflexionar sobre la IA. Funes era una persona que recordaba todo pero no sabía manejar tal inteligencia, por lo tanto, era un completo inútil. Por ejemplo, creó todo un sistema numérico propio donde en lugar de siete mil trece, decía Máximo Pérez. Eco argumenta: “Es como la web, si supiéramos todo lo que contiene nos volveríamos locos. Entonces, ¿cuál es la función de la memoria? La primera es conservar, la segunda es seleccionar”. Es decir, sin capacidad de discreción, somos como Funes.

¿De qué sirve tener la base de datos e información más potente de la humanidad si no sabes darle uso? “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”, decía Borges. El fraile Paolo Benanti, experto en algor-ética, ha sido una de las primeras voces en reivindicar que “necesitamos devolver a la gente la capacidad de decidir según su conciencia”. Sin intelecto propio, no hay avance técnico que nos pueda solucionar nada. Entregarse a la IA sin pensar es anular el pensamiento genuino, es convertirse en un Funes artificioso.

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