Gibraltar, un acuerdo incierto

Entramos estos días en una zona gris de incertidumbre que cuestiona la viabilidad de cerrar un acuerdo a corto plazo

Como se ha escrito muchas veces, la funesta decisión de salida británica de la UE abrió una interesante ventana de oportunidad para Gibraltar y el territorio español circundante. Efectivamente, lo que en principio parecía una profunda crisis que conducía a escenarios tenebrosos con la salida de Gibraltar de la UE y su consideración a efectos de derecho europeo como un país tercero, gracias a una decidida (y arriesgada) voluntad de las partes se transformó en una ocasión única para modernizar las relaciones transfronterizas, nivelar el terreno de juego hacia unas condiciones justas y recíprocas y profundizar en un estatuto europeo de Gibraltar que beneficiase a todas las partes. El resultado de este valiente y acertado enfoque es el Acuerdo de Nochevieja del último día de 2020, que puede considerarse un verdadero hito histórico y sienta las bases de lo que podría ser una nueva etapa de las relaciones hispano-gibraltareñas con profundos cambios de un alto calado jurídico y político, como la eliminación de la Verja/frontera para el paso de personas y mercancías.

El reto de trasladar el Acuerdo de Nochevieja a un tratado jurídicamente vinculante entre la UE y el Reino Unido es un desafío mayúsculo por la necesidad de encajar fórmulas originales con el derecho originario y derivado de la UE, además de buscar soluciones a decisiones de alta significación política que afectaba a muchas sensibilidades públicas. Los dos años de negociaciones no habrán sido nada fáciles y en un entorno de absoluta discrecionalidad parecía que se había avanzado mucho hasta el punto de que el primer ministro británico, Rishi Sunak, y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, comunicaron hace poco que el acuerdo podría ser inminente.

El anuncio de convocar elecciones adelantadas en España el próximo 23 de julio es un factor enormemente preocupante en la recta final del proceso negociador. Pudiera pensarse que al ser un proceso bilateral UE-Reino Unido las circunstancias políticas españolas pudieran ser marginales. Pero no lo son en absoluto. Recordemos que en el mandato negociador Pedro Sánchez consiguió blindar una posición privilegiada que le garantizaba de facto un derecho de veto sobre el contenido de las negociaciones y que el impulso negociador se apoya sobre dos partes jurídicamente ausentes pero determinantes en el proceso, España y Gibraltar. En consecuencia, entramos estos días en una zona gris de incertidumbre que cuestiona la viabilidad de cerrar un acuerdo a corto plazo. Tampoco ayuda en absoluto la atmósfera política en España caracterizada por una fuerte polarización. En definitiva, volvemos una vez más a esa extraña y desconcertante montaña rusa de incertidumbres que nos trajo el Brexit y que alguna vez nos asoma al abismo.

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